Mundial de Clubes

 

El Mundial de Clubes entró en su recta más sagrada: los cuartos de final. Donde ya no basta con tener nombre, hay que tener alma. Y donde la historia, la camiseta y la épica pesan más que cualquier sistema táctico.

 

En Orlando, bajo el sol y la presión, Fluminense se ganó el derecho de seguir soñando. El campeón sudamericano derrotó al aguerrido Al Hilal por 2 a 1 en un partido donde el corazón brasileño volvió a latir con ritmo de samba y resistencia. El equipo árabe vendió cara la derrota, pero el “Flu” supo morder en los momentos justos. La mística carioca sigue viva, bailando entre la gloria y la locura.

 

En Philadelphia, el Chelsea hizo lo que sabe hacer en estos torneos: competir con elegancia y oficio. Derrotaron a un Palmeiras que mostró bravura, pero que no pudo con la contundencia inglesa: 2 a 1. No fue el Chelsea más brillante, pero sí el más serio, el que se transforma cuando el mundo lo observa. Ese Chelsea que sabe sufrir y ganar, como lo ha hecho desde que Drogba lo empujó a la historia.

 

Y en Atlanta… el milagro tuvo acento francés. El París Saint-Germain, con nueve hombres, derrotó nada menos que al coloso Bayern Múnich por 2 a 0. El PSG de Luis Enrique, tan cuestionado como valiente, se negó a morir. Aguantó la tormenta, resistió las expulsiones y en medio del caos apareció Dembélé, ese genio errante, para clavar el segundo como quien firma un poema bajo la lluvia. El campeón de Europa no solo ganó: dejó claro que aún sin once, puede ser arte.

 

Y en la ciudad que nunca duerme, en Nueva York, el eterno Real Madrid volvió a hacer lo que mejor sabe: ganar cuando nadie más puede. El joven y vibrante Borussia Dortmund lo hizo temblar, lo puso contra las cuerdas, pero apareció Mbappé, con una tijera mágica, para sellar el 3 a 2 que lo manda directo a semifinales. Porque si hay algo eterno en este deporte, es el Real Madrid. Gane o pierda, siempre será sinónimo de noches inolvidables.